Como toda buen obra de arte, Zero Dark Thirty ha creado muchísima polémica y controversia. Unos acusan a Bigelow, directora y productora, de hacer propagando a favor de Obama; otros dicen que su película ensalza y promociona el uso de la tortura y que es una crítica velada al último presidente yanqui. A estas alturas, supongo que todo el mundo sabe que Zero Dark Thirty cuenta la historia de la persecución a Bin Laden por parte de la CIA.
A pesar de sus casi 3 horas de duración y de saber cómo va a acabar, esta película te mantiene enganchado a la pantalla y eso, por si sólo, ya es un gran éxito. Zero Dark Thirty se cuece a fuego lento, presentando primero a la protagonista, símbolo de los obsesionados con la caza al enemigo público número uno. Luego aprendemos sobre los métodos oscuros y terribles que usan para obtener información. Vemos cómo la tortura deja huella en los que la aplican y los resultados que obtienen, dejando a juicio del espectador el valor y coste que implican. Finalmente, cerca del final, vislumbramos el girar de los engranajes de la CIA, un girar lento, cobarde, egoísta y tan humano como el resto de mecanismos burocráticos de los gobiernos de todo el mundo. Bigelow usa una lija de grano gordo para deshacerse de esa capa de glamour que el cine hollywoodiense esparce prolíficamente por encima de espías y agencias gubernamentales para quedarse con lo que importa: el factor humano.
Zero Dark Thirty es una película ancha, en la que caben muchas cosas y por ello no puedo dejar de recomendarla. Bigelow apunta alto y sólo eso ya es digno de admiración.
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