jueves, 26 de enero de 2012
Infamia y vergüenza
Uno nunca pierde la esperanza de que este puto mundo tenga la taimada amabilidad de sorprendernos gratamente aunque sea de vez en cuando. Luego suceden cosas como así y vuelve las violentas fantasías de justa retribución. Al final, lo único que queda es una profunda tristeza fruto de la impotencia. Ser testigo de tanta injusticia y mangoneo erosiona lentamente la voluntad de ser honesto y la tolerancia con el prójimo como el viento en los acantilados. Cuando intento mirar al futuro, la única pregunta que condiciona el cuadro que pinta mi imaginación es: ¿Hay un límite a la mierda que somos capaces de tragar? Si esa frontera existe, acabaremos por rebasarla más pronto que tarde y de las cenizas quizá surja algo nuevo y mejor. Por otro lado, si los mecanismos están tan refinados como a veces pienso en mis noches más pesimistas, seguiremos tragando y tragando hasta el fin de los tiempos, como pequeños y despreciados engranajes en la máquina de movimiento perpetuo maquiavélica que engorda a unos y desnuda a otros.
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