Más de diez años atrás, antes de sumergirme en las aguas del audiovisual, lo mío eran las letras, puro negro sobre blanco. Además de cuentos e ingenuos intentos de novela de acción, escribía poemas. Hace unos meses, ya colgué algunos de esos poemas recogidos en un breve cuento lírico y aún me quedan algunos más que acabarán en este cuaderno binario más pronto que tarde.
Pero ya no los escribo. Hace mucho tiempo que no me salen los versos y no es que me bloquee o que me falten las palabras. Lo que me falta es la necesidad de escribirlos. En esos tiempos pasados, no me tenía que sentar a buscar las ideas o los poemas entre las marismas de mi cerebro sino que salían a borbotones, como frutos brillantes de mis emociones. No diré que se trataban de grandes poemas pero a mí me gustaban y ahora los valoro aún más si cabe.
¿Qué ha cambiado en estos años? Muchas cosas, sin duda, pero soy incapaz de identificar ese elemento que hace de tapón de versos. Quizá solo hay que intentarlo.
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