The Fast and the Furious ya se ha convertido en una especie de saga donde los músculos, las chicas y los coches más espectaculares se dan de la mano para ofrecer un espectáculo sólo para hombres.
En su día vi la primera película que no me sorprendió en absoluto y que estaba evidentemente dirigida casi exclusivamente a los maníacos del tunning que tan de moda estaba por aquella época. Ahora, diez años y cuatro películas después nos llega la quinta parte de la saga y aunque el público objetivo ha sido levemente ampliado (ya no es una película sobre tunning sino de acción y persecuciones) mantiene el mismo formato y características.
Lo peor de la película es la introducción con calzador del personaje de la Pataky, una improbable policía de Río que hace de traductora para Rock Johnson, otro improbable y musculoso agente federal. Elsa no es más que el objetivo romántico de Vin Diesel, amo y señor de la franquicia, y apenas tiene un par de escenas medio-interesantes.
Otra cosa que me molesta sobre este tipo de películas, tan aficionadas a las secuelas, es la escalada. Se trata de un problema endémico en Hollywood que pone en peligro los finales de muchas películas que podrían resultar más interesantes. Con escalada, me refiero a la tendencia a realizar unas escenas de acción más espectaculares y grandiosas que la película anterior. Tras 4 películas, Fast Five (nombre original en inglés) acaba con un secuencia inverosímil en la que los dos protas arrastran, cada uno con su coche, una gigantesca cámara acorazada por todo Río de Janeiro creando tanto caos y destrucción a su paso que no se lo cree ni su tía.
Aparte de eso, la película es tal y como esperas que va a ser. De hecho, varias páginas especializadas han puesto una nota más que decente a esta película pues al menos ofrece todo aquello que promete. Aún así, si eres chica o brasileño, esta película puede ofenderte.
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