Ayer me pegué una buena sesión de Crítica Social con la visualización de sendos documentales. El primero de todos fue Capitalism: A love story del famoso Michael Moore. Este primer documental no tiene mucho secreto, Sr. Moore en estado puro. Los tres últimos documentales suyos que he visto son casi idénticos en forma y técnicas. Admito que me gustan los docus de Moore aunque comprendo y en parte comparto mucho de lo que esgrimen sus críticos. Es cierto que Michael Moore usa ciertos recursos melodramáticos y manipuladores que estropean los abundantes momentos en los se describe el amplio contexto y las relaciones que existen en las esferas de poder. Soy capaz de tragar con esos momentos porque a mi parecer son un instrumento para atraer al gran público a las salas. Muchos intelectuales de izquierdas desprecian el cine de Moore precisamente por eso, por venderse y usar los mismos y aborrecibles recursos que la derecha más adinerada. Pero ellos no son el público objetivo de Moore, su público son las grandes masas sin nombre, aquellas que sufren el acoso de la propaganda del capitalismo consumista. Quizá para Moore se trate de una guerra, en la que debe usar las misma armas que su enemigo si quiere alzarse con la victoria algún día.
La segunda película es la oscarizada The Cove, un gran documental sobre la matanza de delfines en Taiji, Japón. The Cove narra la misión encubierta que llevan a cabo un variopinto grupo para conseguir pruebas de dicha matanza. El líder espiritual del grupo es un ex-entrenador de delfines, famoso por entrenar a Flipper, reconvertido en ferviente activista. Su historia es inolvidable, honesta, triste y apasionada.
Este documental es indudablemente mejor que el de Michael Moore; no sólo es mucho más documental en cuanto a capturar la realidad se refiere, sino que transmite una visión mucho más pura y objetiva de lo que está sucediendo. Pero hay un elemento que me sacaba a ratos de la película y que incluso aparece en la misma en un agradecido afán por mostrar todos los puntos de vista. En unas imágenes de archivo alguien dice: "Nosotros comemos vacas y ellos comen delfines". En el contexto concreto del documental, esa frase apenas tiene valor pues no se trata únicamente de que maten delfines, sino de cómo los capturan y los matan, como lo niegan todo, como protegen su negocio, las mentiras y la sangre... A pesar de lo increíble que es el delfín (me encanta la historia del surfista y el momento en que la buceadora pone la mano en la barriga de un delfín) a mi me resulta imposible no abstraerme y ser consciente el tapiz completo, en el que esa brutal matanza en Taiji no es más que una hebra del diabólico dibujo construido con sangre y lágrimas ajenas. No sólo en cuanto a sufrimiento animal pues por desgracia no hay ni una especie en el mundo que no esté amenazada o sufra bajo nuestra pesada bota; sino en cuanto al funcionamiento global de esta civilización nuestra. En ese aspecto, el documental de Moore intenta señalar un elemento clave de tanto desastre, mientras que The Cove muestra con brillantez un pequeño pero terrible aspecto de La Tragedia, que no es más que una de tantas infames consecuencias.
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