viernes, 5 de noviembre de 2010

OT: El traductor afgano

Quizá algunos de vosotros os acordéis de cierto atentado en Afganistán contra tropas españolas. Escribí este artículo poco después de que eso sucediera y hoy lo recupero para guardarlo en la infinita memoria digital. Espero que os guste.
EL TRADUCTOR AFGANO

El 24 de septiembre pasado hubo otro ataque talibán en Afganistán, cerca de Farah. Seguro que se acuerdan, en ese ataque murieron dos soldados españoles y un traductor afgano. Una mina explotó debajo de un vehículo de transporte. Los soldados se llamaban Germán Perez Burgos y Stanley Mera Vera, de origen ecuatoriano. Si vieron las noticias por aquellas fechas quizá les suenen sus nombres. Pero dudo que recuerden el nombre del traductor afgano puesto que no apareció en prácticamente ningún medio. Al menos, yo no tuve oportunidad de conocerlo y he de admitir que sentí curiosidad. Conozco muchas historias sobre soldados y sus motivaciones. Por otro lado, me gustaría saber algo más de la ingente cantidad de extranjeros, principalmente latinos, que se enrolan en el ejército español; aunque imagino historias de gente en busca de una vida mejor. Pero preferiría sin duda, poder hablar con la viuda o padres del traductor afgano que perdió la vida en ese ataque. ¿Cómo aprendió el castellano? Quizá era un héroe en su pueblo por ayudar a reconstruir su país o a lo mejor querían colgarlo por venderse al enemigo. Me temo que será difícil conocer esa historia. ¿Sabía el traductor afgano que España se dedica a vender minas?
Esa ironía podría ser una de esas sonrisas detestables del destino pero teniendo en cuenta que medio mundo vende minas, ya sería mala suerte que la mina en cuestión fuera “Made in Spain”. Recuerdo que Zapatero, al poco de ganar las elecciones con promesas progresista y tentadoras, apareció en primera página por vender minas a Venezuela. Cosas peores se han visto en el negocio de la guerra. El dinero nos tiene tan agarrados por los huevos que hasta controla el número de muertos diarios. Es escandaloso. ¿Qué es la guerra sino un gran negocio? O en todo caso una hebra más de los tejemanejes de los ricos y poderosos. Un país no se libera mediante bombas. Este tipo de artefactos sólo crean destrucción y odio y miedo. Pero hay fanáticos y subnormales en abundancia con ganas de comprarlas. Empresarios sin escrúpulos que están deseosos de venderlas. Políticos ávidos de dinero y contactos para la próxima campaña electoral, para mantener o conseguir la capacidad de robar a todo un país. Y el círculo se cierra casi como sin querer, sin que se note mucho.
Todo ese dinero y esos recursos podrían tener finalidades muchísimo mejores. Sólo con la mitad del presupuesto de Defensa se podría aumentar hasta cotas históricas el porcentaje de Educación, Sanidad, Cultura... ¿Para qué tanto ejército? ¿Y para que está la ONU o la OTAN? Un ejército de todos y cada uno el suyo. A mí no me parece lógico. Hace poco, unos meses atrás, el sur de Grecia estaba en llamas. Grandes incendios habían arrasado con los hogares de mucha gente. Varios aviones de extinción llegaron desde otros países porque los griegos no daban abasto. El dinero de los aviones antiincendios griegos se había convertido en cazas para poder competir con la flota aérea turca. Este tipo de noticias pasan por nuestros televisores como hojas llevadas por el viento. Otra más, otra, otra. Y resulta tan obvio el despropósito... Luego, el cuerpo de bomberos, aquellos que sí salvan vidas, tienen que ponerse en huelga porque no tienen ni para pan. Los Presupuestos Generales del Estado siguen repartiendo lo que es de todos entre unos pocos.
Por si no fuera poco, salvo honrosas excepciones, el ejército está lleno de los macarras más grandes y de oficiales ansiosos de lanzar a sus perros de la guerra contra el enemigo. Os reto a que imaginéis a un soldado que está orgulloso de no haber disparado jamás su arma. Es difícil.
Tarugos hay en todos lados pero, ¿qué hacemos cuando controlan un país? Los talibanes destruyeron obras de arte de incalculable valor en Afganistán, y ésa debe ser una de sus atrocidades más leves. En Birmania, una junta militar convoca unas elecciones e invalida el apabullante resultado a favor de la oposición. ¿Qué se puede hacer para liberar a un pueblo de su yugo? Para empezar, sin llamada de auxilio, habría que discutir que derecho tenemos a hacer algo así, a decidir cuando necesitan ser salvados y de qué. Porque luego, ahí fuera, nada es tan sencillo.

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